En mi opinión, hacer lo más difícil es crecer y aprender, con ello enseñar. Hacerlo más difícil es perder el tiempo y hacerlo perder.
Dentro de la enseñanza del canto, este último apartado se da con más frecuencia de la deseada.
Todo proviene de la indeseada ignorancia y su fiel acompañante, el atrevimiento.
Ambos crean un aura de interés vano, basado y destinado para quien tiene algo a medias entre exceso de confianza, candidez, ingenuidad, buen pensar, necesidad etc…, y que, por desgracia y sin culpa alguna, son los perjudicados de esta situación.
Hacer las cosas fáciles, en un principio, hace que no nos crean o nos crean menos, nos da problemas.
Igual que tener precios asequibles para la mayoría de las personas, nos quita credibilidad.
Parece increíble y sobre todo ABSURDO, pero es una triste realidad.
Al final, los resultados ponen las cosas en su sitio, pero hasta entonces, la verdad sufre todos los envites, habidos y por haber, de la mentira y su disfraz de dificultad.
Claro que hay cosas difíciles y también muy difíciles, pero nuestra misión, por muy difíciles que sean estas cosas, es hacerlas fáciles y como tal mostrarlas.
Mostrar algo difícil como tal y ya está, lo hace cualquiera.
Mostrar algo difícil como fácil y enseñarlo como tal, se me antoja que, por desgracia, no es lo habitual, pero sí debiera serlo.
Mostrar un buen resultado es el fin y el final de un buen trabajo.
Esto se hace en el tiempo, el tiempo pone todo en su lugar, aunque cueste esperar.
Cantar bien es fácil si se sabe esperar, si se sabe esperar el resultado final de un buen trabajo.
La verdad en el canto vive en el tiempo, la mentira se desvanece en él.
Complicar las cosas es fácil a corto plazo y difícil a largo.
Simplificar las cosas es difícil a corto plazo y fácil a largo.