Me comentaba una alumna en una clase, que quería hacer una obra un poco más aguda para que fuera más brillante.
Yo le pregunté, que, si poniendo dicha obra más grave de lo que la estábamos haciendo, ¿podría lograrse también brillantez?
Automáticamente me dijo que no, que solo sería más brillante si la llevábamos más hacia el agudo.
Bueno, como alumna que está comenzando, es lógico que pueda pensar de esta manera, pero evidentemente, en relación a la voz, esta premisa no se cumple si no tenemos claro a lo que denominamos brillantez en una obra.
Por esta misma razón llevamos la obra más hacia una tesitura aguda y comenzó a chillar en el agudo.
¿Está más brillante la obra ahora? le pregunté yo.
Está horrorosa, me contestó ella.
Seguidamente la llevamos medio tono hacia el grave, o lo que es lo mismo, tono y medio desde donde había estado chillando y sonó francamente bien.
Está brillante me dijo.
Volvemos a lo de siempre, no es cuestión de dónde suena, sino de cómo suena.
Si queremos hacerlo todo más agudo y con ello distorsionamos la emisión, evidentemente de brillantez no habrá nada.
Por no hablar, que todas las tesituras tienen sus partes agudas, las que podemos afrontar con garantía de que puede sonar bien y brillante.
También el registro grave tiene su brillantez y mucha.
No es una cuestión de llegar a una altura o no llegar, es cuestión de cómo se llega a esa altura y con qué calidad.
Por ello, en la voz, el subir más una obra, no es sinónimo de que vaya a sonar más brillante, puesto que, si esa tesitura que hemos subido, no somos capaces de abordarla correctamente, lo primero que hará la voz es, o “cerrarse” o “ir al cuello”, con lo cual toda la brillantez posible, se acabará.
Si la obra que tenemos que afrontar, es factible de transportar a una tesitura que nos sea más cómoda, debemos hacerlo y si no es factible de transportar y es la que nos pertenece cantar, pues hay que estudiarla más y mejor para obtener una buena y brillante emisión en ella.