«No puedo cantar, y me gustaría probar si puedo aprender» asiente una persona que asiste por primera vez a clase de canto.
Comienza a trabajar semanalmente siempre que puede, le es complejo en un principio pero avanza, su voz estaba mal situada y hablaba mal.
Con el tiempo, unos meses, se nota un cambio sustancial en el habla, y también se lo notan las personas cercanas.
Comienza a cantar unas cuantas canciones, de todo tipo, incluida alguna obra lírica sencilla de aprendizaje.
Trata de cantar en casa pero le cuesta bastante más que en clase, proceso normal, y comienza a investigar un poco en su proceso de fonación de la voz cantada.
Se retrae por dudar de si lo está haciendo bien o mal, opta por no cantar en casa, esas dudas y ciertos procesos que requieren de bastante atención y concentración le cansan.
Cuando llega de nuevo a clase, su voz continua evolucionando favorablemente aún con todas las dificultades, que ella misma sin querer, le está poniendo encima.
Auténtico acto de fe el que está realizando en clase, pero canta las canciones y en alguna ocasión se ha emocionado con lo que sonaba; la fe está más cerca.
Evidentemente desde un principio fue honesta, solo quería saber si podía cantar y tras un proceso lógico y normal de acercamiento y comienzo de aprender a cantar se da cuenta de que puede y que canta, y que si continuase con el proceso de aprendizaje y lo que esto conlleva, continuaría cantando y cada vez mejor.
Pero piensa y decide que por ahora, no siente la necesidad de cantar, y la necesidad de saber si podía aprender ya la tiene saciada.
Yo le comento algo que creo muy importante en su caso y muchos más.
No es lo mismo no cantar porque no puedo, que no cantar porque no quiero.
No cantar porque no quiero es una decisión personal muy respetable.
No cantar porque no puedo ES UN PROBLEMA.