La semana pasada en Anacrónica, os contaba mi experiencia en el ámbito de la declamación. Hoy quiero compartir con vosotros, tal y como os prometí, mi experiencia con el mundo del teatro. Espero que lo disfrutéis.
Mi primer papel teatral también fue en el colegio, cuando era niña, en un trabajo de clase en el que, después de ensayar durante el curso, escenificamos unos textos de El Principito con vestuario y todo.
Abrí la actuación y tuve la gran suerte de interpretar la dedicatoria del autor. Por un momento pude ser, en esas breves palabras, Antoine de Saint Exupery hablando de su mejor amigo y diciéndonos a todos que seguimos llevando dentro el niño que un día fuimos, aunque muchas veces no lo recordemos.
Al acabar las escenas elegidas cerraba la actuación con las últimas palabras del libro. Fue entonces cuando sentí por primera vez el gusanillo del teatro y el mundo en el que te deja entrar durante tu actuación, esa sensación sigue conmigo cada vez que actúo: declamando, haciendo teatro o cantando, es siempre esa conexión que sientes con el público y tus ganas de hacerles llegar lo que haces y sientes.
Años más tarde, entré en un grupo de teatro universitario en el que realicé papeles muy variados, siempre en prosa, en los que me gustó vivir diferentes situaciones donde intenté sentir y transmitir las emociones que los autores pusieron en boca de sus personajes a través de sus textos.
Fue muy emocionante para mí representar todos esos personajes en los que me movía siempre desde mi forma de ser y a los que les daba mi toque personal, sin querer porque era inevitable.
Todo pasa por nosotros mismos y somos un prisma a través del que hacemos ver a los demás nuestro personaje.
Como ejemplo os contaré una cosa que me pasó y que me pareció muy curiosa; representamos periódicamente, casi como los profesionales, La casa de Bernarda Alba, y en la escena final Bernarda, que era mi personaje, tenía que decir unas palabras muy duras en el momento más dramático de toda la obra, me encontré interpretándolas dentro de una lucha interna, Bernarda y sus palabras eran fuertes y Ana tenía unas ganas locas de llorar, me encontré entonces viviendo esa escena junto con esa lucha; me resultó sobre todo emotiva y me pareció aleccionador porque me enseñó autocontrol a la hora de interpretar, no me podía dejar llevar por mis emociones porque no me parecían las adecuadas para la interpretación del personaje que había creado o preparado.
Estas son mis vivencias en este apasionado mundo de la declamación en el que seguiré aprendiendo y disfrutando, para intentar hacer disfrutar al público.