Esta semana en distintas clases comentaban varios alumnos sobre cosas que les piden las direcciones de los respectivos grupos donde están, y me lo comentaban con cara de asombro, puesto que no entendían muy bien lo que les estaban pidiendo.
Pobres… yo trato de explicarles lo que me imagino que les intenta pedir pero… tampoco entiendo bien lo que quieren hacerse entender.
¡¡es que me dicen que tengo que dar los agudos riéndome!!
Y claro a mi me da la risa… pero a carcajadas.
Me imagino un coro de hienas, ¡si! los «animalitos» cuando hacen ese gesto que parece que se ríen… pues eso.
Y ¿cómo no me voy a reír?, me río con agudo y sin agudo, ¡mira tú!.
Y luego ya me imagino al coro sonriente cantando un réquiem en un funeral y… bueno ya no paro, y lo mal que le puede sentar a todo el mundo, ¡¡¡ que espectáculo madre !!!
Me pregunta dicho alumno seguidamente, después de habernos pasado un… «ratito» de buenas risas.
¿De donde sacan estas cosas tan extrañas estas personas?.
Yo como más o menos imagino lo que quieren decir, ya sabéis, oído campanas pero no sé bien por donde, más «sabiduría popular de bar» o «mucho Paquiro«, un poquito de aquí otro de allí, lo mezclamos y ¡¡¡¡tata tachan!!! Doctores de doctrina intro- infuso-superflua.
¿Qué hago? Pues trato de explicarle un poco.
Trato de explicarle un poco como son estos enviados de la ciencia infusa, a los que desde ahora les denominaremos para abreviar «los infusos«.
El infuso es un personaje entre intruso y superfluo, con un idioma que sólo, él o ella, entiende lo que quiere decir, sobrevive habitualmente protegido de una guardia pretoriana que le rodea, sin saber muy bien por qué, pero… ¡¡¡y si se marcha!!! Y por su puesto pasa el rodillo constantemente no se vaya a desmandar alguien y después del rodillo, el látigo siempre presente.