Hace tiempo escribía sobre la necesidad de tener una carrera larga, en relación al canto, en el terreno profesional y explicaba muchas de las bondades de ello.
Entre estas bondades estaba, el poder apreciar los diferentes colores que la voz nos va mostrando a través del tiempo.
Un tiempo lleno de vivencias que nos hacen pensar y actuar de maneras diferentes, dependiendo de estas situaciones y que todo ello, va conformando nuestra forma de ser y con ello, el color de nuestra voz.
Esta semana hemos comenzado las clases tras el confinamiento y he podido comprobar muchas cosas en las voces de los diferentes alumnos que han ido pasando por el estudio.
De todas esas cosas que he ido observando, hay una que ha sido común en la totalidad de las voces.
Había en ellas un “tinte”, un fondo de tristeza.
Y eso que las personas estaban alegres de comenzar a cantar de nuevo en clase, con ganas, pero…
Es algo lógico y normal, hemos vivido y vivimos aun, una situación dura y tendremos siempre constancia de ella, de una manera o de otra.
La voz de los alumnos esta semana, ha reflejado el poso o quizás más que poso, que tenemos en nuestra cabeza y lo hace aunando un sinfín de sensaciones vividas; mostrarlo, en mi opinión, para nada es malo, es ni más ni menos, una forma más de compartir nuestro interior y de expresar nuestra vivencia y crecimiento personal que nos ha dejado esta nueva experiencia.
Este nuevo estado al que hemos llegado, cada cual lo expresa de la manera que más le apetece y que más fácil le permite hacerlo.
En el caso de los que lo hacemos con la voz, cantando o declamando, tenemos claro que la voz sabe recoger todo lo vivido y mostrarlo tal y como lo hemos sentido.
Creo que ir volviendo a la normalidad, implica recordar, no olvidar y así aprender.
Expresar este recuerdo de la manera que mejor nos venga, creo que siempre es bueno.