Como he comentado en un artículo anterior, hace unos días estuvimos en una función de teatro amateur, donde disfrutamos muchos del trabajo de los actores y también del público, en su mayoría infantil.
Me llamaron la atención, muchas cosas de dicho público, entre ellas, lo bien que sabían aplaudir.
Sabían lo que aplaudían y por qué y lo demostraban en ejemplos tan sencillos como que, hasta que los actores no acababan una parte de un acto y desaparecían del escenario, no aplaudían y no interrumpían a ninguno de los personajes, puesto que ellos querían ver por igual a cada uno de estos, para ellos, ninguno era más importante que el otro.
Acostumbrado a soportar a los “aplausitos insulsos” de la ópera, que no tienen ni idea de lo que aplauden, me pareció una auténtica lección de aplaudir y de respeto tanto a los actores como al público presente en el teatro.
Es evidente que cuando salían todos los actores del escenario, no teníamos que prestar atención a ningún personaje y viceversa, ningún personaje se podía sentir agraviado por los aplausos a otro compañero teniendo que esperar su turno para actuar.
Respeto por igual para todos los integrantes, que unos en mayor medida y otros en menor medida conformaban la obra que estábamos recibiendo con agradabilidad, esto era evidentemente, trabajo de todos y así lo entendía el público infantil.
Estaba bastante claro que prácticamente todos los que allí estábamos, íbamos a ver una función de teatro representada por tres personas en sus correspondientes personajes.
Vuelvo a repetir, estábamos allí para ver una representación teatral con cierto título, no estábamos buscando a ninguno de los personajes en especial.
Luego es verdad, que, con su actuación, nos hicieron meternos más en unos personajes a unos y a otros identificarse con otro personaje, pero eso en relación siempre CON LOS PERSONAJES Y CON LA OBRA, no básicamente con quien la representa en sí.